En la guerra pierden todos (y III)

En la guerra pierden todos, aunque unos más que otros. Lean esta triste historia que, por desgracia, ocurrió en Burgos en el año 1936

En marzo de 2006 recibí una carta de mi amigo y compañero de corporación, Pedro Díez Labín (1930-2008). En ella me decía: “me parece muy plausible tu intento de que no se pierdan en el olvido tantas personas que, por luchar por la igualdad y la libertad de todos, fueron víctimas de la barbarie fascista. Mi abuelo Luis Labín Besuita fue una de esas víctimas. Pero también mi padre, dos hermanos de mi padre y dos hermanos de mi madre fueron fusilados por el terrible delito de ser socialistas”.

Las familias Labín y Díez sufrieron lo indecible por la Guerra Civil. Todos los miembros varones de ambas familias –habían emparentado por matrimonio dos hijos Díez con dos hijas Labín- fueron asesinados. Quedaron las mujeres viudas con seis hijos a su cargo. Las muertes injustas dieron paso a las penurias de los descendientes que fueron encarcelados, exiliados,  deshonrados durante los largos y crueles años de posguerra.

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Cuando matan a tu padre y te cambia la vida

La semana pasada tuve una visita inesperada, me vino a ver una mujer, cuando llegó, la miré tras los cristales del lugar donde habíamos quedado y comprobé que no la conocía de nada, pero ella insistió en hablar conmigo y se presentó como «Chelo», una mujer mirandesa, curtida en años pero con un aspecto verdaderamente saludable y juvenil.

Al llegar a la sala donde la recibí, nada más verme me saludó con un emotivo abrazo y vi que sus ojos se empañaban al decir mi nombre; acudía a la charla con un ejemplar del libro » Yo Fui Presa de Franco” y me contó su historia, la cual me dejó impactado y no he podido reprimir el impulso de escribir, contando, claro está, con su permiso, este artículo para el blog.

Consuelo Gobantes Plágaro, «Chelo»,  tiene en la actualidad 93 años y es la mayor de los cinco hijos que tuvo el matrimonio Benito Gobantes Gómez y Andresa Plágaro Escalona.

Benito se encontraba detenido en la cárcel de Miranda por un delito común el 18 de julio de 1936, fue sacado de la prisión ese mismo día y acudió a su casa para reencontrarse con su familia; al día siguiente su mujer le dijo que las Fuerzas del Orden estaban deteniendo a los Concejales, sindicalistas y personas afines a la República por lo que debería tener cuidado ya que había estado en la cárcel; él sin embargo la respondió que nada tenía que temer ya que no estaba metido en política y por lo tanto estaba a salvo de estas detenciones; inocentemente le comentó a su mujer que si preguntaban por él estaba en el barrio de Los Corrales.

Lamentablemente los hechos sucedieron de un modo completamente distinto, Benito fue detenido, trasladado a la cárcel de Burgos, juzgado y condenado a muerte junto a 41 ciudadanos mirandeses.

Chelo me entregó el certificado emitido por Calixto López Río, capellán del cementerio municipal San José de Burgos, donde figura la relación de los 42 nombres que fueron inhumados en la llamada «Fosa Común» del citado cementerio. Además me cedió el certificado de defunción de su padre, donde se cita literalmente que tenía 37 años, era natural de Anguciana (Logroño), hijo de Víctor y Nicanora, domiciliado en Miranda de Ebro, profesión jornalero y de estado casado, ignorándose el nombre y demás circunstancias de su mujer, así como si ha tenido sucesión. Falleció en despoblado el 18 de septiembre de 1936 a las seis y minutos, a consecuencia de heridas por arma de fuego.

Al finalizar esta narración quise conocer un poco más de Chelo y su familia y la pregunté si quería contarme como fue su vida trás el fatal desenlace.

Ella me respondió que tenía 13 años cuando asesinaron a su padre y su hermana más pequeña, 8. Su madre, Andresa, además de tener que soportar el fusilamiento de su marido, se encontró en la calle con sus cinco hijos ya que la embargaron su casa, aunque pudieron sacar los muebles y tuvieron que malvivir durante años en una antigua cuadra que les dejaron, hasta que pudieron alquilar una buhardilla por 25 pesetas al mes.

Chelo tuvo que dejar muy pronto de estudiar, ya que las necesidades familiares acuciaban. Trabajó de niñera en una vivienda de Miranda, a cambio de 15 pesetas al mes, una onza de chocolate y un trozo de pan, de ahí paso a ser niñera en otra casa de Miranda por un salario de 25 pesetas al mes.

Su madre fue una mujer muy conocida en Miranda por su fama de trabajadora, estuvo tiempo lavando 80 mudas de soldados todas las semanas a cambio de que estos le suministrasen comida para sus hijos. También fue colchonera en Miranda y trabajó en todo aquello que le permitiese dar de comer a sus hijos.

Éste es el relato que Chelo me contó en la conversación que mantuvimos, le firmé el libro y nos despedimos con un abrazo sincero.

Nunca se podrá resarcir a esta familia del dolor por la pérdida de un marido y padre, nunca se les podrá resarcir del hecho de quitarles su vivienda, de obligarles a trabajar para sobrevivir, de impedirles estudiar, de estar durante 40 años señalados por el Régimen que acabó con las libertades de este País.

Animamos a todos aquellos y aquellas que tengan historias similares a la de Chelo a contar sus vivencias personales para que de esta manera no se pierdan en el olvido y sirvan para que no se vuelvan a repetir hechos tan funestos para la historia de este país.

 

FOTO: Burgos1936.com

Los mails de Paco y Ana

En las últimas semanas hemos recibido varios mails de familiares de las mujeres que aparecen en nuestro libro «Yo fui presa de Franco». Nos dan las gracias por hacer visible la historia de su abuela, de su bisabuela, de su tío, de su padre. Sin embargo, somos nosotros los que estamos agradecidos, ya que nos reconforta saber que para lo que fue concebida la obra -ser un homenaje a las presas de Franco y que su memoria nunca se olvide- se está cumpliendo y son muchos los familiares que entre sus páginas tienen un reencuentro con sus seres queridos.

Voy a poner dos casos que nos han emocionado.

El primer mail que recibimos nos llegó desde Bélgica. Nos lo envió el biznieto de Teopista Barcena Alonso Linaje.

«Mi bisabuelo era Gregorio Gallaga Hormeachado (marido de Teopista), asesinado en los primeros días de la guerra civil, meramente por ser concejal de frente popular de Medina de Pomar. Desde entonces sigo intentando recopilar más datos sobre la historia de la familia, que son muy escasos como puede imaginar, hasta que un amigo me llame la atención sobre la publicación de su libro y el blog gestionado por su hijo.

Primero quería agradecerle por su trabajo y homenajear a estas mujeres que padecieron tanto de la guerra sin que su sufrimiento fue reconocido jamás. Teopista fue una de ella. La conocí muy poco ya que falleció cuando yo apenas tenía siete u ocho años, pero sólo me acuerdo de una mujer muy dulce y amable.

También le agradecería mucho si me pudiera ayudar a tener acceso a los documentos que utilizó para su relato sobre ella. Lo que tengo de mi lado es copia de su juzgado (por si le interesa y no lo tiene de su lado).

Muchas gracias de nuevo por su trabajo por la memoria, y disculpas por el castellano aproximativo.

Atentos saludos, Paco Gallaga».

A este primer correo le han seguido otros; Hemos intercambiado documentación y, finalmente, le hemos enviado el libro. Tras recibirlo, Paco nos escribió lo siguiente:

«Este email por agradecerle calurosamente, porque acaba de llegarme el libro prometido. He empezado la lectura esta mañana con mucha emoción, ya que me estoy dando cuenta de que se habla mucho de la historia de mi bisabuela Teopista y su marido Gregorio. 

Me aparte del libro solo para tener el tiempo de enviarles este email, y estoy convencido que volveré con un montón de preguntas y comentarios cuando lo acabe! 

Con todo mi agradecimiento así que los otros miembros de la familia con quienes no faltaré de compartir este pedazo de memoria de los Gallaga. 

Un abrazo, Paco»

Por supuesto mantendremos el contacto y desde España y desde Bélgica intentaremos mantener también viva la historia de la familia Gallaga.

Pocos días más tarde fue otro familiar quien se puso en contacto con nosotros. Fue Ana María Ortiz y nos dejó este cariñoso mensaje:

«Mi abuela fue Landelina Moreno Ortiz. Mi abuelo Nicolás Ortiz del Valle . Mi padre Antonio Ortiz Moreno, Y mi tía Adela Ortiz Moreno. Todos ellos sufrieron cárcel. Y al sufrimiento de ello, tuvieron que padecer también la desaparición de todos sus bienes, solo quedando a salvo la casa vacía y las tierras. Y teniendo que sufrir el hecho de ser en su pueblo de los vencidos. 
Os doy las gracias por todo el trabajo otra vez, y me gustaría me dijerais donde me puedo hacer con vuestro libro».

Esperamos muchos más, porque estos mensajes nos hacen que cobre todavía más sentido investigar,  buscar,  escribir, contar todo lo que ocurrió en ese periodo oscuro de la historia de España. Ha sido duro escribir «Yo fui presa de Franco», pero solo por Paco y Ana ha merecido la pena.

Homenaje a las víctimas del franquismo

La Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra celebró ayer el tradicional homenaje a las víctimas del franquismo, un acto con el que este año quisieron valorar todos los avances que se han producido en la memoria histórica, y, al mismo tiempo, denunciar la pasividad de la Justicia en esclarecer los crímenes del franquismo.
El homenaje a los fusilados de 1936, que este año cumple su décimo aniversario, tuvo lugar en la Vuelta del Castillo. Como cada año, la asociación combinó la música y los testimonios familiares, en una suerte de maridaje entre el drama y la celebración, entre la alegría y el recuerdo.
En el acto Joaquín Arroyo, hijo y sobrino de asesinado, ofreció su testimonio en el que contó con amargura y mucha tristeza los años de prisión de su padre, al que asesinaron cuando él tenía cuatro años. También lamentó que, después de tantos años, teme que se va a ir de esta vida sin conocer el paradero de sus familiares:

«Hola a todos y a todas
Soy Joaquín Arroyo Valois, hijo y sobrino de dos hermanos (como tantísimos familiares vuestros) asesinados en los nefastos años 36 a 38.
Quiero e intento llamar la atención públicamente (una vez más) a las autoridades competentes, sobre el abandono y desidia con que siembre se ha intentado silenciar y ocultar este gravísimo, vergonzoso y criminal problema infringido a nuestros miles de familiares con el ocultamiento en campos, simas, cunetas y otros lugares ocultos y que después de 80 años (en muchos casos) aun no hayamos podido dar con el resto de sus cuerpos, para poder darles una digna sepultura y el simple pero necesario reconocimiento a la barbarie cometida con sus vidas.
Con mi afirmación y denuncia de unos hechos criminales no es que quiera contar una historia más, narrada y contada por terceras personas, es la vivencia recibida y guardada (aun hoy) en la retina de mis ojos y el recuerdo en la memoria de un niño a punto de cumplir cinco años y que en las repetidas visitas con mi madre a la cárcel de Pamplona, a lo largo de nueve meses, tuve la ocasión de presenciar y grabar para siempre.
A mi padre Agustín Arroyo Alfaro, 30 años, casado, con dos hijos, alferez de complemento, por su condición de licenciado, contable en la droguería Ardanaz en la Calle Mayor de Pamplona, lo secuestran en su lugar de trabajo en septiembre del 36 y tras nueve meses de injusto internamiento en la prisión de Pamplona, el 9 de marzo del 37 (onomástica de mi madre) le conceden la libertad, y según distintas versiones, en la puerta exterior, están esperando siniestros «falangistas» para volver a retenerle y obligarle a montarse en una furgoneta con más reclusos y destino a un matadero a distancia y destino desconocido (Etxauri, posiblemente) nunca más supimos de él.
Mi tío José María Arroyo Alfaro, 24 años, soltero, mecánico empleado en Taller Ezcurdia y cumpliendo el servicio militar y como mecánico que era, tenía como misión la reparación de vehículos con destino al frente.
Unos días después del asesinato de su hermano Agustín, lo arrestan, sin causa y lo meten al calabozo.
A los días desaparece para siempre, sin que se responsabilicen ni den referencia alguna sobre su desaparición.
De mi padre, Agustín, se consiguió partida de defunción casi tres años después de su asesinato, de marzo del 37 a enero del 40, extendida por el juez Don Alfonso Alzugaray. Por el contrario, de mi tío José María, a día de hoy, seguimos sin que nadie nos pueda extender la partida de defunción. Según documenta el archivo general del ejército en Guadalajara, mi tío NO acudió al llamamiento a filas como consecuencia del «Glorioso alzamiento nacional», una rebelión militar contra un Gobierno elegido por el pueblo y legalmente constituido y establecido en la República Española.
Señores, aun hoy responsables: con estos hechos les hablo de auténtica historia real, no contada por nadie, sino vivida por mí mismo y mi sufrida familia.
Los gestores de la voraz e insatisfecha derecha, nunca ha entendido, ni quieren comprender, que tras ochenta años de angustiosa y tortuosa esperanza, ya es hora de que por lo menos intentemos saber y sepamos dónde reposan, simplemente cubiertos de tierra, los cuerpos de nuestros seres queridos, y poder darles un definitivo y digno asentamiento.
Recordarles que estos hechos fueron el mayor vergonzoso e inmoral secretismo sobre un genocidio que no tiene más parangón que el posterior genocidio alemán.
Aclararles y garantizar que cuando hablo de Historia, es mi propia historia, vivida y visionada por mi infantil retina. En las visitas a mi padre en el frío y lúgubre locutorio del penal de Pamplona y ya de mayor, comprender no, saber el por qué de la ausencia de funcionarios de prisiones, sustituidos o reemplazados por elementos civiles voluntarios, que por el colorido de sus vestimentas denotaban bien a las claras su catadura o filiación política: azulinas las camisas y rojas txapelas.
Sé que no estoy diciendo nada nuevo, pues muchos de vosotros y vosotras, habéis pasado los mismos sufrimientos y penurias, pero es éste el recuerdo que quiero hacer en honor a todos los nuestros desaparecidos y en nombre de todos vosotros.
Un fuerte abrazo para vosotros y un encendido y sincero «Viva la República».

Madres

“A mí lo que me da pena– decía Sebastiana a Natalia Quecedo- es que muchas de las cosas que nos están pasando resultarán incompletas, porque el paso del tiempo hará que no se acuerden de ellas”.

Sebastiana es una de las 151 reclusas que estuvo presa en la cárcel de Burgos.

 “¿Recordarán con el tiempo a los miles y miles de personas que estamos presas, a las que han sido fusiladas, a los miles que han tenido que exiliarse, a los represaliados y, sobre todo, recordarán a vuestros hijos y lo mal que lo están y estarán pasando. Nos recordarán como personas que luchamos por la libertad y la democracia o nos dejarán en el olvido?”, se preguntaba Sebastiana día tras días.

“Solo sé Natalia, -continuaba Sebastiana- que en España en esta época no se hizo ninguna discriminación cuando se detenía a una mujer. Corrimos y sufrimos los mismos riesgos que los hombres de la familia que se encuentran detenidos, exilados o que han sido fusilados. Únicamente quedaron en las casas las mujeres mayores y los niños; y ¿qué podían hacer?, sin ayuda, sin dinero, sin hacienda y, en muchos casos, sin vivienda”, sentenciaba.

Y los niños pequeños, presos junto a sus madres. Muchos encontraron la muerte en las cárceles. Sebastiana relata en “Yo fui presa de Franco”  las penurias que padecieron los niños y niñas en las prisiones franquistas. Ella conocía esta realidad, porque muchas de sus compañeras presas tenían a sus hijos con ellas en la prisión: “Aún resulta peor lo que sucede con los niños o niñas menores de tres años; el régimen franquista permitió a las madres llevarlos con ellas a prisión. Esta situación presentaba, simplemente, una tragedia. Pasar hambre es duro, carecer de lo más necesario y de la falta de libertad, también. Pero ver a los hijos hambrientos, enfermos, y carecer de medios para curarlos, representa lo más cruel de encontrarnos encarceladas. Las madres que conozco con hijos en este infierno están agotadas, famélicas, carecen de leche materna para criarlos, sin comida para alimentarlos, sin agua para lavarlos, postrados inertes en miserables petates, sin ropa, llorando desconsolados por hambre. Sin duda, estas madres son las que más sufren en prisión. Un simple catarro, una colitis, una infección, o el calor del verano, es para ellos enfermar y morir. Empezaba un clamor ronco y confuso de uno y a continuación el de otro y así día tras día, sin poder hacer nada por salvarlos. Pero todas las mujeres que tenéis hijos, nada más pensar que quedarán abandonados en el pueblo, en la ciudad o en la calle, sin amparo, ni cuidado, la situación os resulta todavía más triste y abrumadora”.

Los casos de niños y niñas que se vieron abocados a sufrir estas circunstancias resultaron patéticos. Unas mujeres, por no saber con quién dejarlos, sus familiares carecen de medios o se encontraban presos o exilados. Y, otras, porque sabían que quedarían abandonados a su suerte, sin padre, ni madre a quien acudir, decidieron llevárselos a la prisión.

Las autoridades franquistas permitían que continuasen junto a sus madres hasta cumplir los tres años. Luego se los llevaban a un asilo y ya no los volvían a ver jamás. En el hospicio, según sabemos, los trataban muy mal. Aunque, generalmente, por lo que conocemos, morían en prisión antes de alcanzar los tres años. Los niños que lograban sobrevivir eran dados en adopción o, simplemente, trabajaban para las corporaciones del Regimen de ordenanzas, aunque la gran mayoría quedaban abandonados a su suerte en cuanto cumplían los 16 años.

Las calamidades pasadas en cautiverio por los presos del franquismo, sin duda, fueron muchas, pero especialmente duro tuvo que ser el sufrimiento que padecieron las mujeres presas que tuvieron con ellas en las cárceles a sus hijos menores de tres años.

Este artículo es un homenaje a todas las madres encarceladas durante el franquismo y, también, pretende dar respuesta a las preguntas de Sebastiana. Intentamos que la historia de los miles de presos y presas no quede en el olvido. Intentamos contarlo con el mayor detalle e intentamos ser escrupulosamente cercanos a la realidad.

Muchas son las trabas que nos encontramos, pero nosotros los seguiremos intentando. Por Sebastiana.

Foto: La Memoria Viva

 

 

Se cerraron las ventanas y el bacalao se pudrió más deprisa

Teopista Bárcena y Teopista Gallaga Bárcena, madre e hija vecinas de Medina de Pomar, fueron condenadas -como se puede leer en el libro «Yo fui presa de Franco»- a diez años de prisión. Los tres primeros los pasaron en la cárcel de Burgos. Una prisión vieja y sucia, carente de comodidades, pero cuando les dijeron que las trasladaban a la cárcel de Amorebieta, no supieron si sentirse aliviadas o preocupadas.

La prisión vasca era un antiguo colegio y fue hospital durante la guerra. Tenía dos amplias naves; en la más larga se hacinaban 500 presas políticas y en la más pequeña convivían 200 presas comunes. Los servicios básicos eran absolutamente insuficientes- según cuenta Teopista en un escrito que envía a su hermano- donde describe que en su nave funcionaban sólo dos váteres, no había duchas y una estrecha y larga pila, a modo de abrevadero para ganado, era el lavabo.

A través de la misiva, también podemos saber que la comida era escasísima y mala, con acusada discriminación para las “convertidas”, que iban a misa diaria y comulgaban de vez en cuando. Así conseguían alguna patata flotando en el agua. Para las rebeldes, agua sola.

En la enfermería, situada en el primer piso, la sobre alimentación era un pedazo de bacalao, hasta tal punto podrido, que acudió el alcalde del pueblo para protestar por el nauseabundo olor que, a través de las ventanas del almacén, apestaba el pueblo. Las ventanas fueron cerradas y el bacalao se pudrió más deprisa, pero siguió figurando en el menú diario.

Por otra parte, ni se organizaba, ni se permitía nada que recordase a escuela, taller o cosa parecida. Era obligatorio el descanso dominical y en las fiestas debían permanecer un día entero mano sobre mano. No había un solo libro, pero el hambre era tan grande que nadie pensaba en cosa semejante.

La asistencia médica tampoco existía. En la prisión de Burgos había al menos un preso que ejercía de médico.

En cuanto al trato de las monjas oblatas, encargadas de gobernar la prisión, éste era horrendo. Ejercían un chantaje sobre las reclusas especulando con el hambre para conseguir el arrepentimiento. El capellán era un demonio lujurioso y ofensivo; para él las presas eran, como menos,  ladronas, asesinas o prostitutas.

“El resto del tiempo se luchaba por sobrevivir, estábamos ya eliminadas de la vida normal del trabajo, saldríamos demasiado tarde, demasiado marcadas, demasiado cansadas”, concluye Teopista en su carta.

Imposible olvidarlo por mucho que algunos se empeñen.

 

FOTO: Ahaztuak 1936-1977.blogspot.com

No olvidamos a las mujeres del Valle de Mena

Hay veces que la informática gasta bromas extrañas; un escrito desaparece, porque, seguro, has olvidado guardar; o por otras causas a veces desconocidas. Eso debió suceder con un capítulo del libro «Yo fui presa de Franco», dedicado a las mujeres del Valle de Mena (Burgos), reclusas en la prisión provincial de Burgos. No seríamos justos si no diéramos a conocer los nombres y las vicisitudes que padecieron durante su largo y penoso cautiverio.

Aquí está también nuestro homenaje a todas ellas.

Milagros Aresti Mantrana, residía en la localidad menor de Partearroyo, tenía cuando la detuvieron 34 años, estaba soltera y su trabajo, según su expediente procesal, se dedicaba a sus labores. Es detenida a raíz de la conquista por el general Dávila de la zona Norte de Burgos que había permanecido fiel a la República. Es juzgada en la causa sumarísima de urgencia núm. 9037/39, acusada de un delito de auxilio a la rebelión, siendo condenada a diez años de prisión mayor. Permanece presa hasta diciembre de 1940 que se la concede la libertad condicional.

Pilar Axpe López, de 22 años, de estado civil casada, con un hijo, dedicada a sus labores, con residencia en Ungo de Mena. Detenida a principios de 1938, pasa a disposición del gobernador civil quien la envía a la prisión provincial, donde se inicia su sumario que da lugar a la causa sumarísima de urgencia núm.9009/38. Acusada de un delito de excitación a la rebelión, es condenada a seis años de prisión. Recobra la libertad en febrero de 1940.

Florentina Campo Ruiz, natural de Burceña, Leer Más

127 mujeres presas de Franco

En el libro «Yo fui presa de Franco» se cuenta la historia de 127 mujeres a las que se les privó de libertad durante el régimen franquista. Este libro es un homenaje para todas ellas. Se intentó ocultar su vida, se permitió que viviesen estigmatizadas por las gentes de su entorno, se les condenó, además de a la privación de libertad durante muchos años, al obligado anonimato en el tiempo en que perduró la dictadura; después, también.

Era necesario sacar a luz sus vidas, sus luchas, sus pensamientos, sus ideas… En definitiva, poner nombre y apellido a 127 personas que las circunstancias abocaron a tener una existencia muy dura de la que nadie quiso dar cuenta, pero que merece, además de una reflexión por parte de toda la sociedad, un reconocimiento. «Yo fui presa de Franco» lo ha querido intentar. Aquí están los nombres y apellidos de estas 127 mujeres valientes:

Sergia Izquierdo García

Natalia Quecedo Barcina

Carmen Izquierdo

Rosario Martínez García

Luisa Saiz Maza

Nieves Corral Losa

Julia Zuazu Raya

Dolores Portillo López

Judit Porres Ruiz

Paulina Martínez Unceta

Clara Hernández Ruiz

Pilar Acevedo Ezcurra

Inés Herránz Ruiz

Carmen Fernández Tamayo

Carmen del Val Cantera

Sebastiana Alonso Tortajada

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Carmen

Carmen es una de las mujeres protagonistas en «Yo fui presa de Franco». A través de ella conoceremos los nombres, las vivencias, las historias y los acontecimientos que sufrieron un buen número de mujeres olvidadas y anónimas.

En 1934, Carmen tenía 20 años y trabajaba en Madrid como ayudante de fotografía. Esta actividad le permitía tener acceso libre al Congreso de los Diputados y podía escuchar los debates que en la Cámara tenían lugar. Su vida era placentera, con un trabajo estable, ganaba dinero para vivir y era feliz.

Sin embargo, su mala suerte fue que se fijara en ella un falangista. Carmen nunca le tomó en consideración, no le gustaba en absoluto; es más, le producía animadversión. Esta actitud le costó seis años de cárcel. Su detención se produjo en Burgos, en casa de sus abuelos, cuando Carmen pasaba unas vacaciones en la ciudad castellana. Mientras se vestía para «acompañar» a los falangistas -encabezados por el pretendiente-, Carmen no paraba de preguntarse; ¿será posible que aquel individuo fuera tan mezquino como para detenerme por haberle rechazado? Sí lo fue y, además, fue capaz de acusarla de pertenecer al sindicato de mujeres rojas. Acusación que le llevó a la cárcel provincial de la calle Santa Águeda de Burgos, tras varios días de confinamiento y torturas.

En «Yo fui presa de Franco», Carmen es una mujer esbelta a pesar de los años; los sufrimientos se notan en los rasgos duros de su rostro anguloso, surcado por varias arrugas debajo de sus ojos verdes. Conserva rasgos de haber sido una mujer muy guapa, alta y morena, con algunos cabellos blancos que resaltan su personalidad.

«Bien, basta por hoy. Como habrás intuido, mi intención es narrarte las historias de muchas mujeres, incluida la mía, que fuimos encarceladas por tener pensamientos distintos al régimen».