“A mí lo que me da pena– decía Sebastiana a Natalia Quecedo- es que muchas de las cosas que nos están pasando resultarán incompletas, porque el paso del tiempo hará que no se acuerden de ellas”.
Sebastiana es una de las 151 reclusas que estuvo presa en la cárcel de Burgos.
“¿Recordarán con el tiempo a los miles y miles de personas que estamos presas, a las que han sido fusiladas, a los miles que han tenido que exiliarse, a los represaliados y, sobre todo, recordarán a vuestros hijos y lo mal que lo están y estarán pasando. Nos recordarán como personas que luchamos por la libertad y la democracia o nos dejarán en el olvido?”, se preguntaba Sebastiana día tras días.
“Solo sé Natalia, -continuaba Sebastiana- que en España en esta época no se hizo ninguna discriminación cuando se detenía a una mujer. Corrimos y sufrimos los mismos riesgos que los hombres de la familia que se encuentran detenidos, exilados o que han sido fusilados. Únicamente quedaron en las casas las mujeres mayores y los niños; y ¿qué podían hacer?, sin ayuda, sin dinero, sin hacienda y, en muchos casos, sin vivienda”, sentenciaba.
Y los niños pequeños, presos junto a sus madres. Muchos encontraron la muerte en las cárceles. Sebastiana relata en “Yo fui presa de Franco” las penurias que padecieron los niños y niñas en las prisiones franquistas. Ella conocía esta realidad, porque muchas de sus compañeras presas tenían a sus hijos con ellas en la prisión: “Aún resulta peor lo que sucede con los niños o niñas menores de tres años; el régimen franquista permitió a las madres llevarlos con ellas a prisión. Esta situación presentaba, simplemente, una tragedia. Pasar hambre es duro, carecer de lo más necesario y de la falta de libertad, también. Pero ver a los hijos hambrientos, enfermos, y carecer de medios para curarlos, representa lo más cruel de encontrarnos encarceladas. Las madres que conozco con hijos en este infierno están agotadas, famélicas, carecen de leche materna para criarlos, sin comida para alimentarlos, sin agua para lavarlos, postrados inertes en miserables petates, sin ropa, llorando desconsolados por hambre. Sin duda, estas madres son las que más sufren en prisión. Un simple catarro, una colitis, una infección, o el calor del verano, es para ellos enfermar y morir. Empezaba un clamor ronco y confuso de uno y a continuación el de otro y así día tras día, sin poder hacer nada por salvarlos. Pero todas las mujeres que tenéis hijos, nada más pensar que quedarán abandonados en el pueblo, en la ciudad o en la calle, sin amparo, ni cuidado, la situación os resulta todavía más triste y abrumadora”.
Los casos de niños y niñas que se vieron abocados a sufrir estas circunstancias resultaron patéticos. Unas mujeres, por no saber con quién dejarlos, sus familiares carecen de medios o se encontraban presos o exilados. Y, otras, porque sabían que quedarían abandonados a su suerte, sin padre, ni madre a quien acudir, decidieron llevárselos a la prisión.
Las autoridades franquistas permitían que continuasen junto a sus madres hasta cumplir los tres años. Luego se los llevaban a un asilo y ya no los volvían a ver jamás. En el hospicio, según sabemos, los trataban muy mal. Aunque, generalmente, por lo que conocemos, morían en prisión antes de alcanzar los tres años. Los niños que lograban sobrevivir eran dados en adopción o, simplemente, trabajaban para las corporaciones del Regimen de ordenanzas, aunque la gran mayoría quedaban abandonados a su suerte en cuanto cumplían los 16 años.
Las calamidades pasadas en cautiverio por los presos del franquismo, sin duda, fueron muchas, pero especialmente duro tuvo que ser el sufrimiento que padecieron las mujeres presas que tuvieron con ellas en las cárceles a sus hijos menores de tres años.
Este artículo es un homenaje a todas las madres encarceladas durante el franquismo y, también, pretende dar respuesta a las preguntas de Sebastiana. Intentamos que la historia de los miles de presos y presas no quede en el olvido. Intentamos contarlo con el mayor detalle e intentamos ser escrupulosamente cercanos a la realidad.
Muchas son las trabas que nos encontramos, pero nosotros los seguiremos intentando. Por Sebastiana.
Foto: La Memoria Viva